La inteligencia artificial y la computación en la nube están impulsando una nueva fiebre global por los centros de datos: edificios llenos de servidores que sostienen el flujo constante de información del mundo digital. Pero detrás del brillo tecnológico se esconde una paradoja: estas infraestructuras, diseñadas para un futuro inteligente, se enfrentan a una cuenta energética cada vez más alta.
Según la Agencia Internacional de Energía (IEA), los centros de datos consumen hoy cerca del 2 % de la electricidad global y podrían duplicar ese porcentaje antes de 2030 si la demanda de IA continúa creciendo. No se trata solo de alimentar los chips: el enfriamiento, la seguridad eléctrica, la ventilación y los sistemas de respaldo requieren tanta energía como las propias máquinas que procesan los datos.
En países como Irlanda, la expansión descontrolada de estas instalaciones ya representa uno de cada cinco kilovatios consumidos a nivel nacional. En Estados Unidos y China, los proyectos de ampliación se multiplican, mientras gobiernos y reguladores comienzan a imponer límites para evitar saturar las redes eléctricas.
El problema no es únicamente eléctrico. El agua utilizada para refrigerar los sistemas alcanza cifras asombrosas: algunos data centers pueden consumir más de un millón de litros diarios, incluso en regiones con estrés hídrico. Además, gran parte de las instalaciones del mundo todavía dependen de redes energéticas basadas en combustibles fósiles, lo que amplifica su huella de carbono.
El impacto se hace visible: calor residual, emisiones indirectas, competencia con el uso urbano de la electricidad y un dilema de sostenibilidad que ya preocupa a las principales ciudades tecnológicas del planeta.
La respuesta tecnológica
Frente a las críticas, los gigantes del sector —Google, Microsoft, Amazon y Meta— aceleran inversiones en eficiencia.
Refrigeración por inmersión líquida: reduce hasta 50 % el consumo de agua y hasta 20 % las emisiones respecto de los sistemas por aire.
Reutilización de calor: en Dinamarca y Finlandia, el calor residual de los centros de datos se utiliza para calefacción urbana.
Ubicación estratégica: nuevos proyectos en el norte de Europa o Canadá aprovechan climas fríos para enfriar naturalmente los equipos.
Energías renovables: contratos de largo plazo con parques eólicos y solares permiten alimentar instalaciones completas con energía limpia.
Incluso surgen startups especializadas en eficiencia energética, como Emerald AI, que aplican inteligencia artificial para ajustar en tiempo real la demanda de refrigeración y reducir el gasto eléctrico.
El Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (UNEP) publicó en 2025 sus primeras guías globales para centros de datos sostenibles, que recomiendan estándares de consumo, incentivos fiscales y auditorías ambientales. Sin embargo, la mayoría de los países aún carece de marcos regulatorios específicos.
En América Latina, la discusión recién empieza. Chile y Brasil lideran en inversión en infraestructura tecnológica, pero con escasa supervisión sobre el impacto ambiental. Argentina, que busca atraer centros de datos regionales, enfrenta el desafío de equilibrar competitividad, sostenibilidad y costos energéticos.
La región podría convertir su matriz hidroeléctrica, eólica y solar en una ventaja estratégica: climas fríos en la Patagonia o zonas andinas, energía renovable en abundancia y políticas públicas orientadas a eficiencia podrían transformar a América Latina en un polo de “centros de datos verdes”.
Sin embargo, eso exige una planificación que aún no existe: incentivos a la eficiencia, requisitos de certificación ambiental, programas de capacitación técnica y acuerdos energéticos con enfoque sostenible.
El auge de la IA generativa multiplica la demanda de cómputo: cada modelo de lenguaje requiere millones de operaciones por segundo. Microsoft, Google y OpenAI ya advirtieron que los próximos años traerán un salto exponencial en consumo. La consultora Deloitte estima que la energía necesaria para sostener la IA global podría duplicarse entre 2025 y 2030, si no se adoptan medidas drásticas de eficiencia.
La carrera por centros de datos más eficientes no es solo un desafío técnico: es también una disputa política, económica y ambiental. Quien domine la ecuación entre poder de cómputo y sostenibilidad marcará el rumbo del ecosistema digital global.

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