25 de septiembre de 2025

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El femicidio: del chiste al hecho 

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“Una mujer muy linda que mira su imagen en el espejo puede muy bien creer que ella es eso. Una mujer fea sabe que no lo es”, escribió Simone Weil.

Primero quise entender el video publicitario de la empresa de combustible y no pude. Pero las publicidades no buscan ser entendidas, apelan a la emoción, a provocar. Cuanto más reacciones, no importa si buenas o malas, mejor. Lo que hoy se exacerba en las redes, fue estrategia publicitaria desde siempre: no importa si hablan bien o mal, importa que hablen. La viralización de hoy se asienta sobre esa mecánica. 

En las publicidades mainstream las mujeres fuimos alfombras para ser pisadas por el hombre de la casa. Fuimos culos, tetas. Entregadas por hermanos. Sometidas sexualmente, atadas con esposas, encadenadas con collares lujosos, violadas en manada. Hemos pedido que nos den otra piña. Fuimos adornos, floreros, cuerpos desnudos, esculpidos en fragmentos. Fuimos bocas y huecos para ser penetradas.

El vínculo entre esos mensajes y el imaginario social siempre estuvo, por eso funcionaban. Era un discurso ficcional relacionado de manera más o menos ambigua con la realidad. Aunque tiendo a pensar que el grado de literalidad o ambigüedad es directamente proporcional al nivel de conciencia de género.

En cualquier caso, en la publicidad de la que hablamos la ambigüedad desapareció. Reprodujeron llanamente lo que podemos leer o escuchar en las noticias. No solo nuestro país tiene casos de mujeres descartadas en bolsas de residuos que están en la memoria social sino que mientras escribo este artículo nos enteramos de que las tres chicas que estaban desaparecidas desde el viernes, aparecieron descuartizadas en bolsas de residuo en una casa de Florencio Varela, luego de haberse subido a una camioneta blanca.

Mientras tanto, la publicidad en cuestión, con una estética berreta, propia de la época del streaming, el tik tok, el “hágalo usted mismo”, y el “sálvese solo”, busca “cercanía” con los supuestos consumidores de combustible, aparentemente, machos reproduciendo “chistes” que ellos también podrían hacer y mujeres que los podrían celebrar. 

Que esto sea un “trend” que viene desde México y porque es viral allá se reproduce acá sin transición, es apenas un condimento de estos tiempos, las bases son las mismas. Es el patriarcado capitalista reproduciéndose. Así se refuerza el estereotipo de la mujer víctima en la variante “descartada en una bolsa de consorcio”. Recordemos que México tiene el triste galardón de haber sido condenado por la Corte Interamericana de Derechos Humanos (Corte IDH) por la desaparición y muerte de tres mujeres en Ciudad Juárez en la causa que se conoce como «Campo algodonero». La sentencia, de 2009, fue un hito para la región porque reconoció que los estereotipos de género contribuyen a la violencia contra las mujeres y estableció la obligación del Estado de adoptar medidas positivas para prevenirlas.

A veces me dicen que no entiendo los chistes, que no puedo distinguir lo que se dice en serio y lo que no. Los estereotipos de género muchas veces son disfrazados de humor. Seré una “feminista aguafiestas”, como dice Sara Ahmed. No me da risa el chistecito “hagamos como que la secuestramos/desaparecemos”. En todo caso puede ser una risa nerviosa, estupefacta.

Siempre vuelvo a un trabajo de Zenaida Osorio de análisis de las fotografías que usaban los medios de comunicación para ilustrar las distintas formas de violencia contra las mujeres. A esa investigación la llamó Haga como que… la violan/le pegan e incluyó una separata en la que analizó también los bancos de imágenes que proveen de fotos a los medios. Series protagonizadas por una misma modelo, una mujer rubia a la que un hombre morocho le agarra con fuerza la cara, le apunta con un dedo, la mira enojado. Estaba también la típica imagen con una mujer echa un ovillo tratando de atajar un puño apretado con fuerza como para golpear. 

Las mujeres con un ojo negro, con la boca partida, con la nariz chorreando sangre. Las caras angustiadas mirándose al espejo. En síntesis, las mujeres víctimas. Esas imágenes posadas y montadas están lejos de cumplir la función de la performance porque no problematizan la figura de la violencia de género, sino que la congelan en el lugar de víctima. Con esos bancos de imágenes se ilustran artículos periodísticos sobre violencia en distintos periódicos. Auténticos bancos de estereotipos de uso internacional.

Para inducir o ajustar las lecturas posibles es importante la relación de la imagen con un texto/contexto. El mismo año del femicidio de Micaela García un portal tomó la imagen de Micaela, la recortó, le cambió su nombre y otros datos identitarios, y la usó para vender productos para adelgazar. El montaje nos muestra apenas el rostro de Micaela recortado debajo del mentón, quedan afuera su torso y también sus brazos. Le borraron todo lo que la hacía Micaela García. 

La convirtieron literalmente en mercancía. ¿Podemos devolver este recorte al terreno de la lucha contra los femicidios y pensar que es una señal más de lo que falta por cambiar en una sociedad que convive con y avala los femicidios? Que el ícono Micaela García pueda ser corrido de su trazado político, podría ser leído, como dice Rita Segato al analizar los femicidios de Ciudad Juárez, como una señal, parte de un sistema de comunicación: “en otras palabras, los femicidios son mensajes emanados de un sujeto autor que sólo puede ser identificado, localizado, perfilado, mediante una escucha rigurosa de estos crímenes como actos comunicativos”. 

En el mismo sentido, Claudia Bacci en su trabajo “Entre lo público y lo privado: los testimonios de la violencia contra las mujeres en el terrorismo de Estado”, habla del carácter público de los abusos y violaciones de mujeres en el marco del terrorismo de Estado, de cómo esa violencia ejercida contra ellas era en realidad un acto para ser visto, leído, reconocido por otros. ¿De qué debemos tomar nota cuando un caso tan emblemático como el de Micaela es desconocido por algún sector de la sociedad? ¿Y cómo, sino a través de la revictimización de la víctima y de sus familiares, es que funcionan esos nuevos usos? En esa línea también podemos preguntarnos de qué tenemos que tomar nota cuando se naturaliza y se reproduce al infinito un video que banaliza el secuestro y la desaparición de una mujer. (Que sea una mujer la que asuma toda la culpa sobre el asunto tampoco es nuevo, somos también vehículo de reproducción del sistema, y también nos lleva a preguntarnos sobre las condiciones materiales en todo este episodio.)

Yo solo dejaré un apunte. Parafraseando a Simone Weil, podemos decir que una mujer que ve ese video puede pensar que ella es eso. Una feminista sabe que no lo es. Por eso hace falta más feminismo, hoy más que nunca. 

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