19 de octubre de 2025

Colinental

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El nuevo ministro de Economía deberá apurarse

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Detenerse en la humillación que sufre Argentina a manos de su gobierno inédito es un repiqueteo necesario, porque nunca estará de más informar y opinar sobre las condiciones en que sumieron al país. Pero eso no alcanza para establecer una plataforma de ideas alternativas. Y en todo caso, ¿cuándo es el momento de hacerlo?

Ya todo fue dicho, incluso desde prensa oficialista que no sale de su estupor, acerca de los hechos degradantes que se precipitaron hace unas semanas.

Ya quedó a vista de todo el mundo la intervención extranjera directa que cruza fronteras desconocidas o, al contrario, completamente básicas respecto de sus resultados finales. Ya fue expuesto con lujo de detalles el papelón histórico del Presidente en su visita a la Casa Blanca, y la deshonra propinada por Trump provocó el milagro de que gente insospechada de patriotismo muestre rasgos de indignación. Se acumulan colegas y operadores mileístas fingiendo su bajada del barco.

Ya se agotaron las palabras y los memes para describir a un trastornado que se compara con (el dormitorio de) Churchill y De Gaulle. Que exhibe como trofeo un fibrón del mandamás estadounidense. Que pretende darle credibilidad a la inocencia solidaria del Imperio. Y que volvió a Buenos Aires para tropezar consigo mismo en encuentros con periodistas amigos, a pura puteada y sudor.

Ya son militantes mediáticos oficiales y oficiosos quienes le preguntan al candidato-ministro Scott Bessent si sabe dónde se metió.

El tipo que integró el staff capaz de torcerle el brazo y las libras al Banco de Inglaterra, con sus maniobras especulativas, semeja haber entrado como por un tubo al territorio lisérgico donde comprar dólares es una religión.

Dicho esto -apenas una parte inconclusa del show bizarro que nos atraviesa- cabe interrogar hasta qué punto somos juiciosos con lo puesto en juego, si se plasmase efectivamente lo que hasta hoy es un conjunto de declaraciones prometedoras.

Por ahora, agregado o antecedido por Trump con su aviso de “bárbaro si le va bien en las elecciones, y si no nos vamos”, lo único concreto es que el Tesoro de Estados Unidos interviene para frenar la corrida. Pero ni siquiera le basta, en términos de restituir confianza a un escenario donde se mezclan la impericia del equipo de Toto y la presunción de que el 26 de octubre puede ocurrir(les) una paliza. O no tanto, pero sí lo suficiente como para que el Gobierno no pueda asegurar estabilidad ni proyección.

La Libertad Derrapa aumentará indefectiblemente su número parlamentario, porque cotejará con el casi cero que obtuvo hace dos años. Es también incontrastable que el PRO se achicará, por más esfuerzos que Macri le ponga al después del domingo. Deberá recurrir a Provincias Hundidas, junto con otros dialoguistas del maxikiosco. A su vez, el bloque de Fuerza Patria -más algunas de las variantes “peronistas”- continuará siendo una sólida primera minoría a menos que se produzca una catástrofe.

El Gobierno, de acuerdo a lo admitido en público por el propio Jamoncito, se contenta con llegar al tercio de legisladores capaz de permitirle seguir gestionando por decreto.

Hacia el horizonte, es una resignación enorme porque supone permanecer estrictamente a la defensiva. Tendría capacidad de bloqueo, lo cual incluye evitar el miedo no confesado a un juicio político. No le alcanzaría para sancionar las leyes de reformas estructurales (laboral, previsional, impositiva), que le exige Estados Unidos y su propia dinámica de relanzamiento.

Cierto: son todas conjeturas hasta la noche electoral. Pero son los cálculos con que están operando “los mercados”. Es correcto afirmar que en Casa Rosada debieran contar las bancas, antes que la suma de los votos en general.

Ahí es donde se metió el amigo Bessent, quien reproduce esa eterna incomprensión de Washington acerca de la sobrevivencia del peronismo y de la cultura bimonetaria de los argentinos. No entienden a estas pampas que, más tarde o más temprano y así fuere contradictoriamente, terminan rebelándose contra ser un ámbito centroamericano, o peruanizado, o símiles.

Hay una sobrevaloración de la inteligencia imperial y eso, precisamente, es lo que demostró la pistoleada de Trump frente al presidente argentino.

La nota de Raúl Dellatorre, este domingo, lo describe con magnífica precisión. Al margen o encima de la mala praxis de las autoridades monetaria argentinas (es cita de Alejandro López Mieres, analista financiero), los estadounidenses atienden la falta de dólares como si fuera un problema de liquidez. No asimilan que el problema estructural es que este modelo no genera divisas. Muy por el contrario, alienta la fuga y los pagos al exterior.

Donaldo, para peor, sólo comprende la vida en función de ganadores y perdedores. Si Milei se queda entre los segundos, la geopolítica te la dejo hasta más ver. No es que la resigne, desde ya y menos si está China de por medio, sino que después siguen con aquello que quede.

Lo dejó claro el propio Trump, el martes, con una sentencia que no fue de las más repercutidas porque medio mundo, comprensiblemente, estaba alelado con otras: “Argentina no es un país tan grande. No va a hacer gran diferencia para nosotros”.

Sin embargo, en caso de que por vía swap o artilugios con los bonos llegue la “ayuda” efectiva, el panorama tétrico no aminora. Se amplía.

Dejemos aparte los formidables negociados coyunturales de vender dólares para comprar pesos. Un carry trade bilateral de dimensiones notables. Se hace imposible tomar seriamente los análisis de quienes afirman que sólo se trata de un canje de monedas. Como señala Eric Calcagno, si en verdad creen eso son gente con problemas en el lóbulo frontal.

La pregunta madre, a futuro, es cuánta noción se tiene de lo que significa el Tesoro estadounidense disponiendo de una masa de papeles basura. Los pesos argentinos.

Frente a un gobierno adverso, o bien ante éste mismo si es que las Fuerzas del Suelo no logran tripular su caos político y administrativo, alcanzaría con que aprieten un botón liquidador de esas tenencias para desatar en Argentina un sismo financiero de proporciones bíblicas.

¿Suena delirante? Sí, pongámosle. Tanto como imaginarse que el primer mandatario argentino viaja a Washington para ratificar el compromiso incondicional de Estados Unidos con su modelo, y toparse con un bastardeo inolvidable. Tanto como haber mentado una cumbre presidencial que se transformó en el encuentro de un líder con su mascota del Cono Sur, al punto de haberle cancelado la reunión en el Salón Oval y de, luego, ubicarle chiquicientos periodistas detrás.

En las estimaciones opositoras, entendiéndose por tal cosa y a mediano plazo la potencia eventual de Fuerza Patria, debiera considerarse que una escena como la descripta no tiene nada de insólito. Sería, eso sí, una imagen suprema de la dependencia (palabra estructural y vigente, perdida en el fondo de los tiempos).

Mientras tanto, y sin llegar a tamaño extremo, persiste aquél interrogante -muy incómodo- de cuáles propuestas alternativas son aptas para entrometerse.

Se asumió que no debe interrumpirse al enemigo cuando está equivocándose. Es válido, en circunstancias electorales. No se caiga en la falsedad de que, puesto en campaña, alguien haría algo diferente si en la vereda contraria no paran de dispararse a los pies.

Sea en lo macro o en la micro cotidiana de una economía al borde de la recesión, o fuese que para votar al colorado hay que marcar al pelado, o que el debate por estas horas es si el colorado debe raparse, o que Karen Reichstag acusa de enfermos mentales a los negros grasulientos que votan peronismo, nadie en su sano juicio alteraría ese espectáculo a pocos días de las elecciones.

Distinto es preguntase quiénes están preparándose para pensar en un esquema productivo mediante alianzas ídem. En un proyecto de redistribución de la riqueza, que sólo podrá sostenerse afectando a tales intereses con cuál liderazgo. En propuestas novedosas, o elementales, en torno al uso de la tierra, a la economía de cercanía, a la reactivación del crédito.

Aspectos todos que podrían recitarse de memoria desde una perspectiva nacional y popular, que siempre terminan chocando contra la restricción externa de la falta de dólares para continuar girando la rueda económica. Ese asunto de las cabezas colonizadas o de corto alcance no encontró remedio hasta ahora, ni aun cuando rigieron gobiernos de tinte progre. No se supo o no se pudo avanzar más allá de la satisfacción del consumo o del consumismo, según quiera verse.

Las elecciones pasarán y esa concepción de largo plazo seguirá siendo el desafío mayor, sea cual fuere el resultado y, todavía más, si las huestes de Jamoncito se topan con una derrota ejemplar.

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