18 de octubre de 2025

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Entre el precio de la obediencia y la esperanza de renacer

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Hay quienes sostienen que el propio Henry Kissinger advertía que, en la relación con los Estados Unidos, la amistad podía ser peor que los peligros de la enemistad. La historia latinoamericana ofrece pruebas suficientes de que, al confundir un vínculo estratégico con subordinación, el precio se paga con soberanía sobre los recursos de la Nación. Lo ocurrido el pasado martes en la Casa Blanca es un duro recordatorio y, por eso, el gobierno argentino se vuelve con las garras del águila marcadas en la piel.

La reunión entre Javier Milei y Donald Trump, anunciada como un almuerzo bilateral, terminó convertida en una rueda de prensa unilateral. Trump, veterano en el arte de la escenografía política y la negociación, supo aprovechar el momento para proyectar su poder. Habló de política interna y externa, del reciente cese al fuego en Medio Oriente y de su propio liderazgo pacificador, dejando a Milei en silencio y en posición de espectador. El presidente de los Estados Unidos y su comitiva, incluso, se permitieron opinar sobre la política argentina y las elecciones por venir, una intromisión abierta en los asuntos internos de nuestro país. Al presidente argentino, admirador confeso del país del Norte, tal vez no le incomode semejante injerencia; pero la realidad es que lo destrataron y le dieron una muestra de quién establece las condiciones del vínculo.

Según el lenguaje diplomático, el encuentro evidenció una ruptura con las formas básicas del protocolo: la disposición de la mesa, el desorden de la prensa y la falta de un formato equilibrado en las intervenciones fueron señales claras de desconsideración. Estas omisiones no son casuales. Ayer, la gestualidad fue tan elocuente como el silencio. La comitiva argentina no fue tratada con la jerarquía de un igual, sino como decorado de la función de Trump. Lamentablemente, Milei utiliza la política exterior para cumplir sus sueños personales. De esta manera, él se sacaba la foto de su vida. Pero para quienes creemos en una Argentina soberana, digna y respetada entre las naciones, esa imagen que recorrió el mundo fue y seguirá siendo muy dolorosa.

Los libertadores de nuestra región entendieron que la independencia no era un acto, sino la conducta de saber pararse ante el poder sin servidumbre ni ingenuidad. Ese principio no envejeció. Los gobiernos latinoamericanos que hoy defienden su soberanía – de Lula a Petro, de Boric a López Obrador – lo hacen con inteligencia estratégica, combinando diálogo con firmeza. Comprenden que el mundo actual no se divide entre amigos y enemigos, sino entre quienes conservan margen de decisión y quienes lo entregan. La política exterior no es un concurso de lealtades ideológicas, sino una disputa por el poder y por el lugar que cada Nación ocupa en el mundo, que se gana con dignidad, no con obediencia.

El plan económico de Milei fracasó. Ahora estamos ante la versión más descarnada del endeudamiento, el cual beneficia a las élites financieras, locales y extranjeras, que especulan sobre el sufrimiento de las mayorías. Esos grupos no entienden de interés nacional, de soberanía, de dignidad; su única lealtad es con la rentabilidad. La política exterior ha quedado capturada por esa lógica corporativa, donde el Estado se convierte en gestor de negocios ajenos y la Patria en mercancía. La intervención de los Estados Unidos en el mercado de cambios, presentada como respaldo financiero, revela hasta qué punto la conducción económica ha perdido el timón: Washington opera sobre nuestra moneda mientras los fondos amigos buscan una salida conveniente. La firme respuesta de la embajada china ante las declaraciones de Scott Bessent dejó al descubierto el tablero en el que se juega esta partida: la Argentina no es un país marginal, es un territorio codiciado, un punto estratégico donde convergen las disputas por energía, alimentos y tecnología. También en la moneda se libra hoy una batalla de potencias: Estados Unidos ve amenazada la continuidad del dólar como patrón de intercambio internacional por parte del BRICS. Nuestra tragedia es tener un gobierno que, aun con esa evidencia, elige jugar de rodillas.

No somos los mejores ni los peores; pero sí somos un pueblo que ha sabido levantarse cada vez que quisieron arrodillarlo. La Argentina no necesita milagros, necesita política: buena política, de la que piensa en el largo plazo y se anima a construir poder nacional con inteligencia y con acuerdos. En un mundo donde se disputan recursos, soberanía y futuro, no podemos darnos el lujo de actuar como si no importáramos. Lo que está en juego de ahora en más es el rumbo que tomará el país por las próximas generaciones. Entre la dependencia y la dignidad, entre el sometimiento y la soberanía, siempre habrá dos caminos.

Solo un renacer profundo, hecho de soberanía y de pueblo, podrá impedir que vuelvan a rifar la Patria en nombre de la libertad.

*Observatorio del Pensamiento Estratégico para la Integración Regional. Carlos López López, Braulio Silva Echevarría y Martín Villaverde.

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