Su coto de caza eran tradicionales confiterías de Recoleta, Palermo o Belgrano. Con sombrero de fieltro y porte de galán que hacía acordar a los buenos años de Gerard Depardieu, sus presas eran mujeres de cierta edad a las que presumía solas. Tras un café y/o un licor, aparecía en acción un bombón con «burundanga», paso previo a desvalijarlas. El amor y el desamor antes de Tinder.
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