20 de octubre de 2025

Colinental

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Un femicidio cada 13 horas

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El martes de la semana pasada encontraron a otra piba asesinada y tirada en un pozo ciego. Estaba desaparecida desde hacía dos días. Su cuerpo fue hallado dentro de una bolsa de arpillera, descartado como si fuera basura, como si no valiera nada. Su nombre era Gabriela Arací Barrios: una piba de Chaco, de tan solo 20 años. Me enteré de la noticia mientras estaba preparando este mismo artículo, que en principio se iba a basar en el doble femicidio de Córdoba a manos de Pablo Laurta. Estoy angustiada, necesito compartirlo con ustedes: la situación me espanta y me provoca una gran conmoción, cada caso despierta nuevas imágenes aterradoras en mi cabeza. ¿Qué otra prueba se necesita para entender que esto es estructural, federal, transversal y que nos afecta a todos, que no terminé de escribir y pedir justicia por Luna y su madre Mariel, y ya hubo otro caso?

Un femicidio cada 13 horas: esa frecuencia se registró en los últimos 5 días. En lo que va del año, se contabilizaron 195 femicidios. El 7 de octubre, Diana Mendieta, de 22 años, fue encontrada en un aljibe en Entre Ríos. El 8 de octubre, en Rosario, mataron a golpes a Solange Johnson, de 26 años, frente a su hija de 5. El 8 de octubre, Adriana Velázquez, de 52 años y Mariana Bustos, de 25, madre e hija, fueron asesinadas en Bahía Blanca. El 9 de octubre, en Córdoba, Mónica Salguero, de 62 años, fue apuñalada 34 veces. El 11 de octubre, Ayelén Sanabria, de 22 años, fue liquidada de un disparo en la cabeza por su pareja en Ciudadela. El 12 de octubre, Luna Giardina, de 26 años, y Mariel Zamudio, de 54, fueron asesinadas en Córdoba. El 14 nos enteramos de que el mismo día en que mataban a Luna y a Mariel, el cuerpo semidesnudo y violentado de Gabriela Barrios fue descartado en un pozo en Chaco. La violencia de género no se detiene sin políticas públicas y con un gobierno que niega la existencia del concepto en sí mismo. Los números son irrefutables y las muertes, innegables: crecen al ritmo de los discursos violentos.

Bajo el amparo de un gobierno que está obsesionado con negar que existe un patrón, un denominador común en estas muertes, el ministro de justicia Mariano Cúneo Libarona intenta quitar del código penal la figura de femicidio. Mientras tanto referentes antifeministas como Nicolás Márquez y Agustín Laje, en nombre de la “batalla cultural”, atentan contra derechos humanos básicos. Estos discursos crecieron con más fuerza en los últimos dos años. Sus mensajes no son ingenuos y bajo el amparo del poder político, se volvieron más radicales. El odio mata y la violencia simbólica de las redes sociales es un caldo de cultivo para detonar lo que está latente en la estructura de algunas masculinidades. La crueldad está aumenta: la violación no parece suficiente y es seguida de muerte.

A este caldo se le suma que algunos parecen estar envalentonados de impunidad. Hace unas semanas se viralizaron diferentes videos en redes sociales que, a modo de “cortos”, mostraban escenas donde se naturalizaba que las mujeres, pesadas e histéricas, somos una suerte de paquete de descarte que se puede meter en una bolsa y subir al baúl de un auto. En los últimos días se viralizó el video de un egresado en Bariloche que se disfrazó de mujer violada. Banalizar estas violencias es una marca de época y deja en evidencia la necesidad urgente de políticas públicas para educar y leyes más severas para castigar.

Nicolás Márquez y Agustín Laje intentan despegarse a toda costa del asesino Pablo Laurta, fundador de “Varones unidos”. Una foto no los convierte en asesinos, pero es hora de dejar de normalizar y promover discursos que atentan contra los derechos humanos y las leyes de nuestra nación. Laje sacó un comunicado para aclarar su no vínculo con el asesino. Para cerrar el texto, se proclama en contra de cualquier violencia hacia las mujeres, pero esto es contradictorio con sus constantes discursos. Sin ir más lejos, en su última aparición pública, que se dio en la presentación del libro del presidente Javier Milei, Laje dijo, entre otras cosas, que las feministas y el feminismo son enemigos de la familia, de la patria, de los niños por nacer, y que con ideología de género pervierten a las infancias. Me pregunto qué le pasa por la cabeza a alguien que siente odio hacia las mujeres y disidencias y escucha algo como esto. Hay personas que necesitan de validación pública para actuar. Algunos activan esa descarga por redes sociales y otros hacen lo que hizo Pablo Laurta: eliminar a quienes considera enemigas de su pensamiento y de su vida. Y esto solo es la punta del iceberg. Márquez y Laje son solo dos eslabones de esta cadena machista que tiene redes en toda América Latina y Europa.

Hace más de una década las feministas venimos advirtiendo con mucha preocupación que la violencia hacia las mujeres y disidencias va en aumento. Nos cansamos de gritar en cada marcha de “Ni una menos” sobre el peligro de los discursos de odio, que se expanden como reguero de pólvora en redes sociales. Nos decían que nos pasamos dos pueblos, que odiamos a los hombres y que nuestros discursos son extremistas. Sin embargo, en el 90 % de los asesinatos cometidos, las mujeres somos las víctimas, no las victimarias.

Si molesta que haya sido necesario crear un término para poder sistematizar los asesinatos de mujeres que ocurrían y siguen ocurriendo por razones de género y así poder actuar frente a esto con políticas concretas es porque el machismo está montado en un sistema que valida la discriminación y el desprecio contra las mujeres y sus vidas. Digan lo que digan, van a contracorriente de lo que la realidad expresa. Los números y las ausencias no mienten.

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