La voz del poeta, dramaturgo, rapero y novelista haitiano Jean D’Amerique resuena con el desgarro de la melancolía o “el sufrimiento plegado en el fondo de sí”, como escribió en Pequeña flor del ghetto, su primer libro de poemas que se acaba de publicar y presentar en la Argentina en una edición trilingüe (creole, francés, español), editado por el sello Milena París. Un fulgor de cuchillo le atraviesa los ojos; la poesía la lleva tatuada en su piel: en el brazo izquierdo, en la línea que va directo al corazón, tiene el nombre de la poeta Alejandra Pizarnik; también está el nombre de su madre, Jeannette Oxilus, una figura fundamental que murió en un accidente en la ruta cuando él tenía 12 años. “Todo en mi se abraza al derrumbe/ Con tu muerte/ la vida en mi se vuelve lluvia/ Apenas entreabrí los ojos/ ignoraba/ que tu tiempo se cerraría/ No quería aprender a llorar/ en el ocaso de un sábado/ cuando un camión/ corrió el velo/ sobre tu final”, plantea en un poema dedicado a su madre.
D’Amerique visitó por primera vez Buenos Aires para presentar también su obra Catedral de los cerdos, traducida al español por Pablo Fante, en el marco del ciclo “Tintas caribeñas”, un espacio pensado para difundir la diversidad de la creación teatral caribeña contemporánea, organizado por el Institut Français d’Argentine (IFA) en un trabajo conjunto con el Instituto de Cultura de la Provincia de Buenos Aires y el apoyo del Teatro Nacional Cervantes, el Teatro Argentino de la Plata y la Alianza Francesa de Buenos Aires.
En la obra, la voz de un poeta se alza desde una prisión haitiana, donde denuncia al régimen autoritario del país: pobreza, hambre, desastres naturales, poder corrupto y la hipocresía de la iglesia. Ese grito hecho poema y teatro no persigue la estética de la miseria y la violencia política porque el poeta encarcelado las vive desde el fondo de su calabozo en Puerto Príncipe. Su palabra ha sido pisoteada, amordazada, reprimida. En esta obra el escritor haitiano se hace eco de otros escritores encarcelados como Federico García Lorca, Aslı Erdoğan y Nâzım Hikmet.
Derribar muros con la poesía
En una especie de monólogo que quema por el dolor, una catarata que arrasa con la puntuación, el poeta de Catedral de los cerdos habla: “sabrán mi verdadero nombre, mi nombre civil y político, mi nombre huérfano, mi nombre de perro mal alimentado, mi nombre de cadáver de vacaciones, realmente lo digo, hay que meter mi sufrimiento en una balanza, para conocer mi verdadero nombre, y no soy solo yo es todo el mundo, somos apóstoles infalibles de la gran noche, incansables coreógrafos del dolor, dime que tu cuerpo ya no existe, dime que eras ese pájaro del bosque público, dime que eras poeta, que hacías girar el molino de las palabras en el sentido del alba, dime que por eso te rodearon de muros y barrotes, te diré que te llamas Nâzım Hikmet, dime tu sufrimiento y te diré quién eres, dime cuánto pesan tus males y te diré tu nombre”.
Para D’Amérique, que escribió la obra entre 2018 y 2019, ese poeta encarcelado intenta con su palabra, con su poesía, “romper los barrotes de la prisión”. La obra surgió por la urgencia de una necesidad. En julio de 2018 estallaron revueltas en Puerto Príncipe durante tres días. “Yo iba a las manifestaciones, que terminaban con una cantidad increíble de heridos y muertos por la represión policial -recuerda-. En noviembre de 2018, en un barrio de Puerto Príncipe que se llama La Salina, hubo una masacre de Estado. Y yo me puse a escribir Catedral de los cerdos un poco al compás de las balas que había en ese momento. Intentaba, de manera muy sensible, captar las vibraciones de los manifestantes y a la vez buscar un discurso que me permitiera contar lo que pasaba”.
Aunque nació de esa coyuntura precisa revela que mientras escribía el texto fue ampliándose para abarcar a muchos países que sufren los mismos problemas. La voz del poeta en la obra le permitió pensar en muchos escritores y artistas que fueron perseguidos porque se atrevieron a denunciar “cosas inadmisibles” en sus países.
La obra de teatro, explica el escritor haitiano, se transformó en “un canto colectivo” que se entona con la voz de un poeta. “El personaje cree que puede derribar muros con su poesía. Para mí refleja la fe que tengo en la literatura y en la poesía, en cómo pueden cambiar una situación. Soy la prueba viviente de lo que puede hacer la poesía. La poesía me ha construido”, subraya D’Amerique con las manos que escalan por sus brazos como si rozaran una parte de esa prueba material. “Cuando escribo, soy un ciudadano que escribe; es decir soy consciente de lo que pasa alrededor y no puedo escribir sin eso. Mediante lo que escribo, intento participar en una transformación de la sociedad en la que vivo”.
El derecho de nombrar
Duele que Puerto Príncipe, la ciudad donde nació en 1994, sea una casa que lo haya expulsado por la violencia extrema, “por el descarrío de los seres que el agobio del hambre engendró”, como escribió en un poema, cuando todavía vivía en su ciudad natal y no imaginaba que su destino sería instalarse en París, donde reside desde 2019. “Yo crecí en una casa donde los libros no estaban al alcance de mis manos, excepto la Biblia. Me encontré con la poesía a través de la música y del rap. Eso me puso en un nuevo camino porque a través de la poesía, a través de la escritura, tengo el poder de nombrar lo que vivo, lo que veo. Escribir poesía es una manera de existir porque por mi origen social no tenía el derecho de nombrar; por lo tanto la poesía y la escritura me dieron una nueva cédula de identidad. Yo me siento vivo cuando puedo ejercer mi derecho de nombrar el mundo”, dice D’Amérique y con un pequeño balanceo de sus rastas pareciera sacudirse de encima ese pasado de humillación y privaciones.
“Yo vengo de un lugar muy humilde, muy pobre, donde éramos despreciados y sentíamos que no teníamos el derecho de hablar, de nombrar, de ejercer el poder de la palabra”, insiste el escritor haitiano para que no queden dudas de dónde viene. “La escritura no sólo me permitió nombrar sino que también me dio la posibilidad de compartir lo que hago con los otros, que mis libros puedan circular y ser leídos y que mis canciones puedan ser escuchadas. La poesía me dio el derecho de la palabra. El rap es un poema puesto en música. Yo escuché rap y me dio ganas de escribir poemas. Después descubrí la poesía en los libros también. Siempre navegué entre la poesía y el rap. Hay poemas que están en mis libros que se volvieron canciones”, cuenta el rapero que el año pasado lanzó Mélancolie gang, quince temas atravesados por la odisea poética de un ser que lucha contra el silencio y las sombras.
Un ciudadano que escribe
-“Plenitud/ de las manos crueles/ que legitiman/ el robo a mano armada”, afirmás en uno de los poemas de “Pequeña flor del ghetto”. ¿De quiénes son esas manos crueles?
-Son las manos de tantos seres humanos atrapados por la espiral de la violencia. Son poemas muy cortos que hablan de los barrios en los que viví, marcados por la violencia pero también por elementos de humanidad. Los poemas son como fotos de los barrios que conocí en Puerto Príncipe.
-¿Por qué los personajes de tus textos están siempre en rebelión contra la sociedad y el mundo?
-Yo estoy enojado con este mundo porque no va bien; en mis poemas expreso mi rabia. En la literatura se puede imaginar otro mundo posible. Yo denuncio lo que está mal y abro una ventana hacia otro mundo. Mis personajes son seres vivos y activos, son ciudadanos que actúan. El escritor que soy es un ciudadano que escribe. Mis personajes llevan mi rabia, “la rabia del pueblo”, que es una referencia a la rapera franco-argentina Keny Arkana.
Todo sobre su madre
Su madre murió en 2006 por un accidente de tránsito y marcó la vida de ese niño haitiano de doce años. “La imagen de mi mamá vuelve a menudo en mis poemas. Yo creo que es a través de la escritura que hice el duelo. Ahora es una presencia bastante agradable”, reconoce. Además de estar orbitando en algunos poemas, aparece en una canción melancólicamente luminosa, “Manman Solèy”, en la que la llama Jeanette Eternelle, como la tiene tatuada en su piel cambiándole el apellido Oxilus por el adjetivo eterna.
-¿Cómo imaginás que reaccionaría tu madre al verte escritor?
-Creo que hubiera estado muy orgullosa de mí. Cuando era niño, mis padres decían de mí que yo era inteligente porque sabía leer correctamente la Biblia (risas). Tuve problemas con otros miembros de mi familia cuando afirmé que quería ser escritor. Mi padre, mi tío y mis hermanos y hermanas me rechazaron. Yo vivía con un tío hasta que, después de muchos conflictos, a los 17 años me echó de la casa.
-¿Por qué cambiaste el nombre que te pusieron al nacer, Jean Civilus, por Jean D’Amérique?
-Cambiar el nombre fue como mi partida de nacimiento poética. Cuando empecé a escribir, estaba en ruptura con la sociedad y con mi familia. La escritura era un lugar de renacimiento para mí, ¡yo existía por fin! Escribir es una forma de existir políticamente; otorga al artista una especie de responsabilidad.
Un país roto por la violencia
-El último poema de “Pequeña flor del ghetto” termina así: “Basta que el tiempo/ de unos pasos/ para que esta tierra sea un descampado/ en el que pululan cadáveres”. No parece un final optimista. ¿Cómo ves el futuro de Haití?
-Haití es un país roto por la violencia, pero creo que el pueblo haitiano siempre estuvo en lucha por la vida. Atravesamos muchos episodios difíciles y de violencia, siempre abandonados por el propio Estado y también por el mundo, podríamos decir. Cuando la gente escucha hablar de la violencia en Haití, se cansa… Lo que recuerdo de mi vida en Haití es que es un pueblo que nunca cesó de luchar por la vida. Estamos en un callejón sin salida y no podemos dibujar una solución exacta. Pero tengo esperanza. El pueblo haitiano todavía espera un futuro mejor. Hay muchos que se fueron, que se exiliaron a causa de esta situación. No sé cómo será Haití mañana, pero sé que se va a recuperar.
Cuando publicó en 2015 Pequeña flor del ghetto, empezaron a invitarlo a Francia para distintos eventos artísticos. En 2019, como cada vez tenía más actividades en París, decidió instalarse en la capital francesa. “Entonces decía que volvería de vez en cuando a Haití, pero no pude regresar. Yo tomé partido, me expresé, di mi opinión sobre lo que estaba pasando y me di cuenta de que podía tener problemas a causa de mis declaraciones”, reconoce el autor del libro de poemas Nul chemin dans la peau que saignante étreinte (2017), finalista del premio Fetkann de poesía y ganador del Premio de Poesía de la Vocation. En 2023 publicó su noveno libro, Quelque pays parmi mes plaintes. D’Amerique destaca la importancia que tuvo para él la obra de escritores como el francés Aimé Césarie, los haitianos Jacques Stéphen Alexis, Frankétienne y René Depestre, la novelista, dramaturga y poeta haitiana Marie Vieux-Chauvet y la estadounidense Toni Morrison.
Hay una escritora argentina que descubrió hace poco cuando una amiga le regaló Árbol de Diana. Tiene tatuado el nombre de Alejandra Pizarnik en su brazo izquierdo. “Sus poemas me conmovieron y entré en toda su obra”, confiesa D’Amerique mientras se levanta el buzo del brazo izquierdo primero y el derecho después y va mostrando sus tatuajes. En la cara tiene un tatuaje muy singular: desde uno de sus lunares aparecen dibujados rayos que emulan al sol. “El sol es mi elemento; simboliza la vida y la esperanza”.
El canto subterráneo del creole
-¿Cómo es tu vínculo con la lengua francesa y el creole?
-Siempre escribí en las dos lenguas. El francés es una lengua que conocí en la escuela; es una lengua que tuvo un estatuto colonial en Haití. Aunque nos liberamos de la colonización, es una herencia que viene de ahí. En la escuela, el aprendizaje de esta lengua se hacía en una forma violenta porque era valorizado hablar y escribir en francés. Aunque podíamos hablar en creole, si lo hacía me decían: “Exprésese”, como si hablar en creole no tuviera que ver con expresarme. El primer contacto con el francés estuvo marcado por la violencia. Pero la literatura me reconcilió con la lengua francesa porque en la literatura tenemos otra relación con la lengua. Yo tengo el poder sobre la lengua francesa con la poesía. Soy yo quien la hago hablar. En la escuela no nos enseñaron a pensar en nuestra lengua, en creole. Sin complejo, navego en estas dos lenguas y las uso como herramientas. Si dominara el español, escribiría en español también. En Haití, todos los escritores de mi generación escriben en las dos lenguas. El creole tiene como raíz el francés y la mezcla entre las lenguas de las personas africanas que llegaron como esclavos a Haití. Mi imaginario primero es el imaginario haitiano, que está conectado directamente con la lengua creole. Entonces hay cosas que pueden pasar solo por el creole.Tengo la sensación de que cuando escribo en francés escucho el canto subterráneo del creole.
Más historias
Stieg Larsson, el periodista que amaba contar historias
Quiénes son los tres detenidos por la muerte de Liam Payne y de qué se los acusa
Rosario Bléfari tendrá un espacio verde con su nombre en La Pampa